
En esas iba yo cuando de repente un todoterreno me adelantó haciendo temblar mi coche. Miré la aguja y comprobé que mi velocidad no superaba los 100 kilómetros por hora y cuando volví a mirar hacia delante, el que me adelantó se había desintegrado en el aire como el DeLorean de 'Regreso al futuro'. Reconozco que, con cierta maldad, deseé que ojalá hubiera un control de la Guardia Civil un poco más adelante que le hubieran pillado y puesto una multa con la correspondiente retirada de carné. Pero no.
Y de repente recordé aquel zapato. Sentí un escalofrío, comprobé que mi cinturón estaba bien puesto, apagué la radio, agarré fuerte el volante y seguí conduciendo. Intenté concentrarme en la carretera con todos los sentidos. Adelanté a un coche en el que una mujer iba dándose la vuelta regañando a dos niños pequeños que jugaban en sus correspondientes sillitas; a una furgoneta en la que un hombre intentaba doblar un mapa mientras hablaba por teléfono y a otra mujer que, pegada al volante, no superaba la velocidad mínima permitida. Cuando aparqué, respiré. Ojalá el dueño del zapato esté bien.
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